El teatro Jovellanos de Gijón acogerá el próximo 20 de febrero el estreno en Asturias de la pieza Rasa y Duende de la Compañía de danza Mónica de la Fuente. La pieza, creada en 2015, arriba a Gijón por primera vez junto con la compañía vallisoletana, y pone marco artístico español al binomio Occidente versus Oriente. La simbiosis y su horizonte son pauta creativa fundamental y argón químico de la obra; una mixtura que funciona a modo de alternancia sensorial que se vierte en masa con la mezcla del sonido del sitar indio, la voz poética en castellano, la madera y la oralidad de la mano y el pie.
Esa fecundidad, el hecho amoroso y sus equivalencias facultan, por una parte, una lectura diferente de la India; y, por la otra, de la hondura del flamenco, que se ramifica en múltiples pautas. Así, llenos de la hermosa química que permite entender lo expuesto con más facilidad de la esperada, el espectador se llena de una forma de entender lo que en principio no entendía, pero que luego los artistas sobre el escenario ofrecen con facilidad. Y es ahí donde está la gracia. En la facilidad, en la aparente magia de esa facilidad.
Hay que hacer memoria y explicar de dónde viene la rasa y de dónde el duende para decir por qué matrimonializan. Empezando por lo que nos es más conocido, o sea, el duende. De la Fuente se basó en el Poema del Cante Jondo de Federico García Lorca para componer mentalmente, primero, un lay out que le permitiera desarrollar la densidad de una emoción mixta entre Oriente y Occidente, para después dejarse guiar por sus manos y pies, y así llevar el lenguaje ya mezclado a otra forma de bailar. El resultado es un contemporáneo enrarecido con la novedad; la de quien está viendo algo que no espera. Y enrarecido no es peyorativo, muy al contrario; es lo que hace que la pieza sea distinta, que se tenga ganas de más; de saber que, aunque no sepa, en el fondo, en lo jondo, sabe.
Porque, cuando se intenta mezclar algo dejando de lado la dificultad, lo que nace es fruto de un encuentro natural, como si tal cosa; nada salta por aires, nada chirría y todo se da. Lo mixto adquiere importancia y seguridad y, por tanto, cobra unicidad, se hace propiedad. Y a eso, tan sutil a la vez que evidente, se une la voz poética de Lorca; letra tan poderosamente suave que tiende a impulsar desde la excelsitud de la pureza del castellano prácticamente cualquier cosa; no en vano el granadino es uno de nuestros universales.
Así que letra y letra bailada, mudra de mujer. Porque de mujer es que habla también la pieza. Resume, de forma particular, alguno de los palos flamencos, a sabiendas de que el cante jondo significa pena, o gran pena; tal es la literalidad de la letra. Pero en Kathakali cada letra es un mundo, representa casi una oración, una oración no verbal, una oración de orar, de pedir, de anhelar. Es la pena la que pide no ser tan pena, la que penando su penar se va.
Y esa forma de ser de la letra en Kathakali cobra vida por sí misma en la significación de los dedos; mejor dicho de los ojos dedos, mientras se nos recuerda cuáles son las propiedades de sonidos únicos-tabla, kanjira (pandero en India) y tampura-materiales instrumentales que se funden también en su propia vocación de oralidad; pasante musical e hipnótico para ojos occidentales, pero que ,sin embargo, resulta conocido. Es, pues, la contemplación del arte de la fonética y su signo bailado el misterio mayúsculo (la mezcla) del que cuelga por definición la facilidad de la magia a la que se aludía en un principio.
¿Y la Rasa?
Rasa exactamente alude a las nueve emociones humanas, aunque, literalmente, en sanscrito significa esencia (pero dentro de la esencia, lo más puro de esa esencia). La rasa, en una obra de arte, es la intención de hacer traspasar la sensibilidad que sea necesaria para contemplar lo que se expone con los ojos del corazón. Así que, yuxtaponiéndolo, y haciendo unión de acervos, el nuevo duende flamenco ha encontrado una nueva novia: el duende en la rasa o la rasa en el duende, que viene a ser lo mismo.
Por eso la clave de la pieza está más allá de su propia mezcla. Está en la resultante de ver unido el duende de cada palo flamenco con la esencia estética de cada rasa, en la persona de una mujer que baila todo eso a la vez, vulcanizando dos horizontes llenos de sentido. El sentido está en las manos, pues de manos es que está lleno el sentido.
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